No sé si sé hacer una función que no pase por La Nave de Cambaleo
8 May, 2021
Explico el titular: puedo acordarme del texto y ponerme en la luz (si es suficientemente intensa como para calentarme la cabeza), sé cuándo moverme, cuándo hablar, cuando improvisar, cuándo ceñirme a las acciones, no pisar a mi compañera, incluso salir del paso cuando algo no funciona, incluso aprovechar el accidente. La cago a menudo, pero llevo años en el oficio, años que he invertido no tanto en evitar cagarla como en convertirlo en una posibilidad. Es, no sé si un método, pero sí un camino, una dirección en la que crecer, no sé, mi búsqueda personal dentro de un oficio universal. Ahora, con 38 años, empiezo a estar de verdad contento, no del todo satisfecho, pero sí contento con conseguir estar en escena, en las acciones y en las palabras (el estar debería ir en mayúsculas o subrayado o en negrita, como guste). Simplemente estar. No quiero dar muchas vueltas sobre ese asunto de “estar en escena”, obsesión no sólo mía, ni de Ensalle sino de tantos compañeros hoy en día, lo que quiero decir es que llevo unos cuantos años en esto. Tantos como yendo a La Nave de Cambaleo.
No voy a poner la lista completa de funciones hechas por Ensalle en La Nave, ni cuantas ha hecho Cambaleo en Vigo, sintetizaré en unas pocas frases. En 2006 fuimos con Te has perdido el mar, el primer texto de Pedro Fresneda escrito íntegramente por él. Una obra de gran calidad y no falta de pretensiones, un comienzo maravilloso que los actores llevamos a escena “desde nuestra realidad”. “El texto está muy bien Pedro, es una pena que no se os entienda una palabra. Parece ser que estáis en la imposible búsqueda de la naturalidad”. La frase debió ser lapidaria y, en cierto modo lo fue. Dejamos de errar por un camino equivocado (para meternos en otros igualmente errados) pero el segundo encuentro con La Nave ya me hizo crecer. (Quiero aclarar que en mi primera gira yo estaba demasiado apabullado y no sabía a quién escuchar y a quién no, como tengo una torpeza inteligente que me saca de atolladeros en los que me meto yo solito, fui incapaz de retener ninguna información hasta saber distinguir fuego amigo).
Una cosa que me encanta de ser público, es lo tranquilo que se vive en un día normal. Poder llegar al teatro después de estar todo el día en la playa, o dando paseos, después de jugar un partido de fútbol o con el estómago completamente lleno. Durante una obra de Cambaleo (El mapa no es el territorio, creo) Carlos dice desde el patio de butacas, mirando el escenario “No sé vosotros, pero yo aquí me siento como en casa”. Tengo que decirlo: Pedro, Raquel y yo odiamos a Carlos ese día, ¿por qué? por obsceno. Nuestro odio no emanaba de la frase sino de, como diría Leonard Cohen, “la tranquila disposición de su presencia”. Vamos que la frase no hizo más que subrayar el momento, como lo podría haber hecho un eructo o un bostezo. “Qué cosa es ésta pensé” y me obsesioné bastante dando vueltas alrededor de una especulación: “¿el simple paso de los años me dará esta categoría o tengo que hacer algo más?” Un par de años más tarde entro en el camerino de Teatro Ensalle para avisar de que quedan cinco minutos para que entre el público. Me encuentro a Carlos dando vueltas en el camerino con las manos agarradas detrás de la espalda. “Sigo odiando estos minutos antes de empezar” le digo “cago más un día de bolo que el resto del mes”. Me mira y me dice muy serio “eso no se te va a pasar en la vida”. ¡Pero bueno! ¡¿No era que te sentías como en casa?! ¡Farsante! Más tarde lo entendí, ahora a mí también me pasa. Si te dedicas a esto más vale ser mínimamente apasionado, y esa pasión debe pasarte una pequeña factura en forma de bola de nervios o torrente de adrenalina. Pero esa bola es energía, no plomo. No pesa, a no ser que quieres que pese y debe acompañarte, mantenerte alerta. Otro ejemplo:
Cuando Antonio estuvo presentando Pequeño gesto en Teatro Ensalle, el viernes recibió mi notificación de los “cinco minutos para comenzar” con un rictus de desagrado, “¿Todavía?” me respondió. Al día siguiente lo pillé aún sin cambiar y con una sonrisa “Perfecto” me dice. Me sigo preguntando si el puñetero es capaz de calcular el calentamiento para evitar esos horrorosos cinco minutos entre preparación y comienzo.
No sé si sé hacer una función que no pase por La Nave de Cambaleo. Quizá me tenga que explicar. A menudo pienso que es injusto para el público de Aranjuez (hay ribereños que han visto nuestro trabajo muchas veces) nunca vea la mejor versión de nuestras obras, porque la mejor versión de nuestras obras se produce siempre después de pasar por La Nave. Lo que sí puede ver el público de Aranjuez es cuánto puede crecer una función en tres pases cuando se juega en un ambiente fértil. Cuando Begoña te cuida y da calor durante todo el fin de semana, te contagia de una pasión que debes saber refrenar, por lo demás te hace la mitad del trabajo. Si a eso le añades la atención de Eva en el patio de butacas, disfrutas de vivir haciendo lo que te gusta porque su atención no necesita de más explicaciones. Y sí, me gusta la fiesta después del teatro, y sí crecemos artísticamente cuando regamos nuestras conversaciones de vino y cerveza, sobre todo si las abre Julio. Entre risa y risa uno se expande. Y la anticrítica de David es absolutamente necesaria debería trabajar para la prensa especializada. Por cierto, David es ese tipo que recoge en una instantánea lo que ocurre en escena, puede que hasta lo mejore (me doy grimita a mí mismo cuando me veo molando en sus fotos). Los técnicos siempre estuvieron a la altura de toda esta excelencia, primero Paco, uno de los mejores en su puesto de todo el país, y luego Víctor, un tipo que puede hacer funcionar cualquier cosa además de ser un derroche de libertad.
Es un hecho que todos nuestros trabajos crecen exponencialmente en La Nave de Cambaleo, como si el tiempo se desdoblase y un fin de semana se convirtiera en una gira de dos meses. En jardinería hablan de fermento y abono, yo uso nombres propios. Pero lo más curioso fue comprobar, en el 20 aniversario de La Nave de Cambaleo, como creadores muy diferentes tenían un sentimiento común, como coincidimos todos en sentirnos alimentados en un mismo lugar a pesar de que cada personalidad y universo creativo sea tan diferente. No son aspectos comunes lo que hizo que La Nave nos ayudara a crecer es, simplemente, oficio y atención (los Sioux utilizan la misma palabra para atención y para amor, no sé, a algunos les parecerá filosofía, pero ahí queda eso).
Si alguien considera esta defensa demasiado emotiva y personal, bueno, lo siento, si quieren ser pragmáticos hay un historial, hay unos hechos, hay un currículum, desgloses, etc… que cualquier empleado de La Nave puede mostrar para que comprobemos cuanto ha hecho este equipo por El Real Sitio de Aranjuez. Os podría poner otro ejemplo ya que mi cuarentena fue salvada por una gente maravillosa: “La mirada de ellas” y “Críticxs atónitxs” los dos grupos que Antonio forma en Cambaleo. Es un ejemplo por el valor que esas clases tienen para estas ciudadanas y ciudadanos de Aranjuez y por el valor humano del que puede presumir la villa a través de esta gente.
Ya estoy hablando de mí otra vez. No confundirlo, por favor, con egocentrismo. Lo que quiero decir es que La Nave es inseparable de mi carrera y de mi vida personal, mucho más importante de lo que pueda ser para ningún hincha ni ningún jugador el estadio de su equipo o de su ciudad (palabras de un futbolero). Lo que quiero decir es que si comparo mi trabajo con el de un cocinero, La Nave estará siempre en mi lista de ingredientes. Lo que quiero decir es que si La Nave está en ruinas, que alguien capacitado lo arregle, no sólo porque los que allí trabajan y dedican su vida se merecen mucho más que un desahucio, no sólo por las ciudadanas y ciudadanos de Aranjuez, sino por la danza y el teatro y por la pluralidad cultural de este país.
Yo, personalmente, quedaría eternamente agradecido…
Artús Rey
Artús Rey es Bailarín y Actor de Teatro Ensalle (Vigo).
En la Imagen Victor Rodrigo y Julio C. García improvisan con la escenografía de Teatro Ensalle en el Ambigú de La Nave. Foto @David Ruiz